El inquisidor decapitado by César Vidal

El inquisidor decapitado by César Vidal

autor:César Vidal [Vidal, César]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


VIII

1 de enero de 1531 - 16 de mayo de 1532

En realidad, no había tenido yo sino motivos para sentirme satisfecho en aquella época. El reino se mantenía incólume, la Iglesia seguía siendo fuerte, la herejía era objeto de un golpe tras otro y, sin embargo… Sin embargo, la maldad había realizado tremendos avances sin que yo lo supiera. No se puede decir que no hubiera yo intentado evitar sus progresos con todos los medios a mi alcance. La cuestión del matrimonio de la reina Catalina es un buen ejemplo.

Inicialmente, yo había abogado por mantener ese matrimonio. Creía que al rey Enrique se le pasaría la atracción que sentía por Ana Bolena —como le había sucedido al menos con otro par de mujeres anteriores— y que las aguas volverían a su cauce. No fue así. Resultó lamentable, pero no fue así.

La indispensable necesidad de proporcionar estabilidad al reino me impulsó entonces a prestar mi apoyo a Enrique. El rumor de mi nueva posición no tardó en circular por la corte e inmediatamente el emperador Carlos y, el sobrino de la reina Catalina, me envió una carta rogándome que mantuviera mi posición inicial. Por supuesto, rehusé recibir aquella misiva. Así se lo hice saber, en los términos más correctos, al embajador español, el señor de Chapuys. Si esa carta llegaba a mis manos provocaría suspicacias en la corte y eso era lo que menos deseaba yo en aquellos momentos.

Unos cuantos días después de la conversación con Chapuys, a finales de marzo, leí ante la Cámara de los Lores una declaración sobre la cuestión del matrimonio del rey. Afirmé taxativamente que el rey Enrique no buscaba la anulación del matrimonio «a causa del amor hacia alguna dama» sino, más bien, por razones de conciencia y de religión. Todos me creyeron. En parte, quizá, porque así lo deseaban, pero, en parte también, porque lo que decía era lógico. ¿Desde cuándo había necesitado un rey anular un matrimonio previo para conseguir los favores de una mujer?

Después de pronunciar mi declaración ante los lores, me dirigí a la Cámara de los Comunes acompañado por una comitiva de pares y de prelados. Aquí se trataba de expresar que el rey no actuaba por lujuria, sino porque su conciencia era espiritualmente escrupulosa. También había que dar razones para la existencia de sus problemas morales. Una vez más me expresé con una claridad absoluta. Aún recuerdo mis palabras con toda exactitud:

—Miembros de esta respetable cámara, estoy seguro de que no sois ignorantes sino que sabéis bien que el rey, nuestro soberano señor, se casó con la esposa de su hermano, y que ella no sólo se había casado sino que había compartido el lecho de su hermano el príncipe Arturo.

Sí, afirmé sin dejar lugar a dudas que Catalina no había sido virgen al contraer matrimonio con Enrique y que, por lo tanto, existía una base legal indiscutible para anular ese matrimonio, partiendo de la normativa contenida en el Levítico. Por si quedaba alguna duda, añadí:

—Por tanto, el rey,



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